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/ miércoles, 19 de enero de 2011 /

Desentrañando El amo del corral, de Tristan Egolf

3- El monstruo del tractor


"... y las cosas se agriaban en torno a John no sólo en el aspecto laboral, sino en el uso que hacía de sus horas cotidianas. Mientras que una persona normal entraba en una habitación, cerraba la puerta y se sentaba delante de una mesa sin la menor causa de alarma, John, si intentaba hacer lo mismo, inevitablemente se enganchaba la pernera del pantalón en el marco de la puerta, se la descocía desde el tobillo hasta la entrepierna, estropeaba la pared al tratar de soltarse, y cuando por último se sentaba, a la silla le faltaba de pronto una pata y se venía abajo. Wilbur lo había visto miles de veces, Habría podido hacer apuestas. Si una bandada de gaviotas tenía que cagar encima de un grupo de cincuenta individuos, todas las veces y sin excepción dicho individuo había de ser John. Nadie le superaba en el don infalible de estar en el mal sitio a la mala hora."


Es impensable El amo del corral sin la figura total y desbordante de John Kaltenbrunner, así como es impensable La conjura de los necios sin Ignatius Reilly o Matadero 5 sin Billy Pilgrim. Kaltenbrunner ES la novela en sí, es su causa y su aparente solución.

Pero, a diferencia de Ignatius Reilly o Billy Pilgrim, con los cuales reímos o lloramos con y de ellos, John Kaltenbrunner es un personaje-concepto. Es el concepto de la incomprensión total. Y de cómo desde la incomprensión a la alienación es posible ver el concepto de la sordidez impuesta en un espíritu libre. Al ser un ente amorfo metido con calzador en un tiempo y en un espacio amorfo es, por ende, el concepto de la negación y del desconcierto. John Kaltenbrunner es un tipo que al final de su vida jamás quiso ser así, pero que un sinfín de avatares, azares y malas interpretaciones confluyeron en toda una vida repleta de asfixiantes vejaciones. Es el desclasado por antonomasia que sin embargo, con suma paciencia, elije la reclusión para ir destilando esa acumulación de resentimiento en una estocada final, única e impactante. No contra alguien en particular sino contra todos en general.

Como dijimos la semana pasada, El amo del corral es una historia de venganza. John Kaltenbrunner es el tipo con más mala suerte en el mundo y todos sus actos, por más inocentes, cerrados o autistas que sean, provocan que los demás actúen (sin querer o queriendo) con diversos niveles de violencia sobre su persona. Ya desde su infancia podemos advertir que Kaltenbrunner es el clásico sapo de otro pozo, pero Egolf le añade la obsesión (¿la misma obsesión con la que él escribió el libro?) como rasgo psicológico que paraliza, asombra y repele por partes iguales.

Es imposible no sentir compasión por la infinidad de cosas que le ocurren pero, al mismo tiempo, al ser un personaje tan alienígena, tan fuera de contexto, no podemos tampoco dejar de sentir cierta extrañeza en sus actos. Estamos hablando de un personaje que a los 8 años decide levantar por su cuenta el viejo granero de su casa y convertirlo en su propio imperio personal y particular; un personaje que decide soportar estoicamente golpes, humillaciones, explotaciones varias e incluso la ira divina sin actuar automáticamente en consecuencia, como quizá podríamos actuar cualquiera de nosotros. Un tornado le vuela su casa a la mierda y el tipo, callado, trata de reconstruirla como puede. Toda su vida se va al carajo más de una vez y el tipo sencillamente espera que el mismo devenir le traiga el mango por el cual pueda tomar la sartén definitiva del destino.

Supongo que ni siquiera la figura del anti-héroe es válida para describir la compleja personalidad de Kaltenbrunner. Al tener la paciencia y la obsesión como características fundamentales, sus actos siempre van en connivencia con la observación pasivo-agresiva del entorno. Kaltenbrunner tampoco quiere salvar a nadie, ni siquiera a sí mismo. Solamente quiere ver prendidos fuego a todos los que le hicieron mal, de una forma u otra. O sumidos en la peor humillación posible. Y eso es lo que logra.

La revolución de los basureros ("la crisis", como la llaman los medios de comunicación en Baker) es la conjunción lógica a todos los esfuerzos de Kaltenbrunner por poder vivir en paz, por "igualar el marcador". Es el único modo de hacerse entender. Y es, hiperbólicamente, la ejecución a escala de lo que hizo a los 8 años. Si cuando era chico pudo dominar palomas, gallinas y ovejas con tenacidad y hasta terquedad, hará lo mismo de grande con todo el pueblo en sí. Y hará uso de toda su historia personal para lograrlo, por un lado, y las diversas historias personales de quienes lo acompañan en la revolución, por el otro.

Es crucial entender cómo una cierta idea individualista dentro de la novela cambia a una idea colectiva, a un nosotros. Kaltebrunner, para efectivizar su redención, no puede hacerlo sin la presencia y el apoyo de aquellos que también han sido desclasados y vilipendiados por la Gran Mayoría. Pero no lo hace imponiendo absolutamente nada, lo hace compartiendo con los demás las mismas mierdas y dejándose llevar por las circunstancias. La ética y la moral estadounidense genera una idea de marginalidad abyecta en donde sí o sí hay gente que se queda fuera del sueño americano, con o sin pretensiones de querer pertenecer. La frialdad con la que los dispositivos de poder son dispuestos provoca inevitablemente que no todos puedan incluirse si no es obedeciendo lo que dictan los mismos dispositivos. Esto lo hemos visto en incontables novelas, películas y comics y El amo del corral sigue fielmente el ¿subgénero? de la denuncia en este sentido, pero nunca sin caer en el panfleto o en la moraleja. Todo lo contrario, Egolf subvierte la denuncia como bien lo harían Swift, Faulkner, Kennedy Toole o Vonnegut: con la ironía. Y en este punto es donde a finales de los noventas aparece una novela revisionista de los principales escritores estadounidenses clásicos, por llamarlos de algún modo. En tiempos donde Pynchon ya había marcado una nueva dirección en la narrativa, donde los juegos sinoidales de Auster estaban siendo aplaudidos, donde Easton Ellis establecía una crítica al sistema desde dentro del sistema mismo, Coupland trataba de entender las nuevas generaciones y donde DeLillo o Irving estaban siendo también revisionistas pero desde otra perspectiva, aparece Egolf con un relato modesto y puramente bebedor de la retórica swiftiana y con matices dickensianos, contando de manera lineal la grotesca historia de un personaje expulsado del sistema que nunca está dormido.

La ironía, incluso, se extiende al apellido mismo de Kaltenbrunner, apellido tomado de uno de los más despiadados jerarcas nazis durante la segunda guerra mundial. ¿Qué nos está queriendo decir Egolf con semejante declaración de principios? Es como ponerle Matt Goebbels o Hank Himmler a tu personaje principal. Y John Kaltenbrunner no es, ni por asomo, la figura del fascismo o el nacionalismo exacerbado. Más bien exactamente lo opuesto. Los fascistas y nacionalistas son los demás. Kaltenbrunner es probablemente un enemigo o una víctima de ese pueblo, de esa ceguera y ese fundamentalismo.

Kaltenbrunner entonces deviene en agente de caos. Con la misma paciencia de toda su vida ve caer progresivamente a Baker en su propia pudrición hasta niveles insostenibles. Es consciente que es una revolución que no lleva a ningún lado y en donde no hay ganadores ni perdedores. Pero la venganza se ha cumplido no por el caos total propiamente dicho, sino porque Kaltenbrunner ha conseguido amigos, gente que lo entienda y con la que comparte sus mismas inquietudes.

Todo lo que hacemos en nuestras vidas es para que alguien asista a nuestro entierro.

Concluimos la semana que viene.


Previously:

1- Un manuscrito en la mochila
2 - La matanza del ternero cebado y la insurrección de los lúcidos en la región del maíz 
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