Un nene jugando con muñequitos de Batman

/ sábado, 18 de agosto de 2012 /

Recuerdo tener constancia de que había una civilización antigua perdida por ahí en la que si el contador de historias de la aldea no cumplía con su cometido, lo ahorcaban a la mañana siguiente. 

No puedo acordarme del nombre de esa cultura en este momento. Es una lástima.

El punto es que en algún momento de la humanidad fue imperativo contar bien una historia. No importaba la fama o el reconocimiento, era meramente una cuestión de vida o muerte. 

Corte y fundido a negro. Anoche nos sentamos en el cine y la platea parecía que estaba en una plaza de barrio. Faltaban un par de palomas y el colectivo pasando por la esquina y la sensación hubiera sido completa. 160 minutos de sonido de 95 bolsas de pochoclo siendo hurgadas por dedos facinerosos después, tuve la certeza de que Nolan debía morir al día siguiente y que debía ser enterrado con todas las copias de sus películas. Cilindro amnésico-lumínico de Men in Black a toda la humanidad y listo, acá no ha pasado nada.

Paréntesis: se entra a un cine para ver una ilusión. Pagamos para que alguien venga y te cuente algo, en una especie de neo-fogón electrónico, y vos pienses que hay algo más allá de la realidad que puede generarte un sinfín de sensaciones. Los cineastas son parte de la nueva legión de contadores que juntan a personas en un mismo lugar para ver si pueden deslumbrarlas. Es el eterno acuerdo tácito: te cuento algo y vos comprás ese algo y si todo sale más o menos bien nos volvemos a casa todos contentos.

Al mismo tiempo, en ciertos círculos persiste la pseudo-teoría que dicta que un espectador es un detective que, de acuerdo a su pericia, puede ver una película, dilucidar cierto bagaje de datos y por ende es posible que se entretenga por una hora y se aburra en la hora siguiente. Todo se resume en "yo ya veía venir a diez cuadras que Fulano de tal era el asesino". Por supuesto que no siempre es así. De hecho no veo nada de malo en eso. Pero las diversas leyes de la argumentación devinieron, eventualmente, en juego de adivinanzas antes que en contemplación participativa. Como recurso está bien, como explotación argumental tendiente a una univocidad de criterios es execrable. Cierro paréntesis.

Pues bien, lo siento mucho, pero todos aquellos que han depositado su confianza en Nolan como buen realizador audiovisual, deberían hacerse un examen de próstata con un cortador de ravioles. Cortemos con la pleitesía de una vez: Nolan se disfraza de uno de los mejores contadores de historias de su aldea, pero si le sacás la barba podés ver a un nene caprichoso jugando con juguetes caros y poco más.

The Dark Knight Rises (de ahora en más llamémosla TDKR) no es mala por su ambigüedad ideológica, aunque podemos discutir ad nauseam acerca de las característica proto-fascistas de cotillón que se exponen y el simbolismo capitalista conservador que Batman encarna desde el minuto cero. Tampoco es mala ni por su música (signo de los tiempos), ni por sus actores (abocados a representar pseudo-complejidades existenciales en una colección de rictus, muecas y posturas a veces convincentes, otras muy graciosas). Es mala en sí misma, técnica e intrínsecamente hablando. Más que nada porque es la clara representación de la ausencia de pasión en pos del formulismo. Pasión puesta en contar una historia utilizando más o menos bien los elementos básicos de progresión dramática y coherencia interna, como cierto muchacho ha hablado con respecto de Prometheus. Sin pasión, TDKR está mal hecha. Mal pensada, mal filmada, mal montada, mal editada, mal presentada. Fue hecha para experimentar con complejos dispositivos tecnológicos pero en el fondo termina siendo autoconsciente de que está propuesta para vender todas las entradas que se puedan. Pero la culpa judeocristiana atosiga a Nolan y en vez de salir del closet y confesar que en realidad siempre quiso hacer pelis de tiros con Charles Bronson, procura revestir todo el conjunto con ciertos tics de solemnidad y sofisticación.

En esencia, TDKR pretende mostrar una nueva vuelta al concepto de épica. El enfrentamiento definitivo entre el bien y el mal. El pobre Nolan, tan inflado en su propia orgía egocéntrica, quiere tocar el fuego de los dioses y lo que termina haciendo es un esbozo espástico ocultado en capas y capas de ruido percusivo.

¿Notaron cómo usa los planos panorámicos? No hace falta que vean TDKR, pueden encontrar ese recurso en cualquiera de sus películas (excepto en Memento, aunque debería volver a verla para confirmar esto que estoy diciendo). Si nos atenemos a la primer enmienda de Godard, todo plano es moral, entonces Nolan quiere ser Dios y sobrevuela la existencia de los mortales. Oh Nolan, no somos dignos de vos.

Pero lo que nos muestra este dios es una caterva de hechos unidos únicamente por diálogos donde se procuran entremezclar los ingredientes necesarios para, así, generar un mínimo de movimiento de nuestros culos sobre el asiento. Toda la tecnología está puesta en el balbuceo de frases solemnes y hechos que rozan un numerito de circo hecho por perros Pavlovianos. 

Puntualmente, el villano de la función: Bane hace durante toda la película lo que hubieran querido hacer Tyler Durden y los Space Monkeys en The Fight Club, pero de una manera grosera y ramplona al punto ya no de la indignación sino del aburrimiento. Aburre por que el móvil fundamental es el vacío más abyecto. Nos quieren hacer creer que El Mal es un chico listo y con un plan demoledor, pero en cambio vemos instantes con edificios explotando, actitud personalista y gente ejecutada en representación de algún tipo de autoridad. Pero El Mal no se representa del todo porque en el medio aparece la mojigatería hollywoodense: para que un niño también pueda ir al cine a ver a su héroe favorito moviéndose más allá de la tele o las viñetas, se ha anulado cualquier rastro de sangre. De acuerdo al Manual de estilo de la Corrección Política Total, podemos ver un plano concreto mostrando la acción de un disparo, pero nunca la reacción hacia quien lo recibe. Y si acaso vemos la reacción, el ágil cameraman nos la mostrará blandiendo su cámara super-cara como si estuviera usando una katana con un ojo en la punta. Pero cuidado, Bane es mortífero. Porque usa una máscara. Y supuestamente se escapó de un pozo. Ah, y porque habla raro. Fin. La nueva personificación de Otredad para el estadounidense de esta generación está representada en ver volar por los aires a tu deportista favorito por culpa de un forzudo resentido porque un grupo de presos le rompió la jeta.

En este aspecto, la pretensión de Nolan lo lleva a querer autopostularse como el escriba fundamental de la generación que asumió el terrorismo y supo domesticarlo para sí con intenciones pedagógicas. Cuando en 2002 el final de Spider-Man de Raimi fue refilmado para no herir sensibilidades acerca de la desaparición de las Torres Gemelas, diez años después el duelo ya está hecho y ahora toca revisar el concepto de terror y volverlo apto para la producción de pochoclo en cantidades industriales. Resignificación de la memoria colectiva, que le dicen. ¿Y cuál es la forma más prudente de hacerlo? Vaciar de contenido el concepto de terror per se y llenarlo de contradicciones, por un lado, y montar explosiones para mostrar que ver escombros ya no afecta a ninguna fibra sensible, por el otro. Y ojo al piojo, que los soldados de Bane se asemejan peligrosamente al grupo Quebracho mezclados con palestinos iracundos. Es el arquetipo, entonces. Los mismos inadaptados de siempre arruinando la arquitectura del centro de la ciudad. Es ahí cuando tiene que venir el más rico de los ricos, dejarse de mariconear con su histeria aristocrática, codearse con la cana (¿Por qué la fijación de Nolan hacia las fuerzas policiales?), asumir que los supuestamente pobres están estropeando las calles y andan matando porque sí y obrar en consecuencia porque hey, después de todo es un héroe. Se supone que los héroes o bajan gatitos de los árboles o bien reestablecen el status quo de un sistema como pueden, aún a su pesar y con algún retorcido y arbitrario sentido del sacrificio. Y para rizar el rizo, diez minutos después ya no es más el rico de los ricos. El Señor 1% ahora pertenece al 99% restante, aunque lo dejan vivir en su gran casa por piedad cristiana.

Pero nada de esto importa realmente si en el fondo una película no tiene en cuenta uno de los principios fundamentales de la realización audiovisual: el montaje. La elipsis y la concatenación de secuencias es lisa y llanamente el producto sin terminar de un estudiante de cine que se olvidó de rendir la materia porque se quedó jugando al Tetris un sábado por la noche. Entonces lo único que sabe de montaje es cómo encastrar cosas para que desaparezcan, no para que construyan algo. 

Y es que lo más importante de todo, el nudo al que quiero llegar, es el hecho de que ya no hacen películas completas. Se hacen borradores, previews semi-coherentes, trailers extendidos. Apuntes, ensayos, ya me entienden. No se preocupen en tratar de ver la película como obra autocontenida, todo será explicado en los extras del DVD o en la Super-Extended Edition from hell. Pero bueno, ustedes podrán decir que esto no tiene porqué ser necesariamente malo. Pero ocurre que la gran mayoría de las películas de estos últimos diez años, especialmente las que son promocionadas como grandes éxitos, son sofisticados cajones de sastre. Entre los retazos encontramos alguna manga bien cosida o un molde que puede quedarle bien a alguien. Jamás un pantalón de corderoy completo y bordado con paciencia. Encontramos un bolsillo fucsia pespunteado en un saco azul, pero notamos que las solapas todavía tienen marcas de tiza. Todo bien con eso, pero me temo que hay una gran diferencia entre el Work in Progress y la vagancia. Y hay una gran diferencia entre construir suspense y tensión y alborotar los ojos con planos y planos de gente discutiendo sandeces y bloques de humo cortando el horizonte.

Lo triste del asunto es la obnubilación que ofrece la compra de espejitos de colores. El relato cinematográfico hoy por hoy se rinde a los pies de una persona que no sabe cómo contar una historia lineal, básica, de manual. Se supone que es algo del orden de lo maníqueo contar que un malo hace mal y un bueno viene y hace el bien en contraposición. Pero en este tipo de producciones es posible tomar ese elemento como mero recurso o excusa y construir algo al respecto que supere la simpleza de la propuesta. Convengamos, hay obras en donde el bien y el mal son opuestos fundamentales, pero esas obras están hechas con paciencia de artesano, con respeto, con honestidad y casi siempre apuntan a contar otra cosa. En fin, Podemos discutir hasta la extenuación si lo maníqueo puede servir para algo o no, pero jamás podríamos discutir nada si hay algo sencillamente bien hecho, siempre y cuando se tenga en cuenta la habilidad de quien está detrás de cámara. 

La farsa caricaturesca disfrazada de realismo que ofrece TDKR, en suma, está plagada de agujeros apurados, conectados únicamente por pistas aisladas y muñecos de torta que se mueven de un lado a otro, que explican idioteces innecesarias para hacer tiempo, que subrayan conceptos hasta llegar al hartazgo pero  que nunca dotan de verosimilitud lo que están haciendo. Nosotros como detectives, por ende, somos los que llenamos esos huecos. Consideramos que una película es entretenida cuando pasa eso, cuando en realidad nosotros pagamos para trabajar por los demás, olvidándonos de lo que subyace: si confundimos impericia narrativa con la "participación del espectador" estamos enunciando sin querer un rasgo de decadencia.


Apostilla ñoña: The Dark Knight Rises, argumentalmente hablando, es la acumulación de The Dark Knight Returns, Knightfall, No Man's Land y Bane of the demon (entre alguna otra que quizá me esté olvidando), un cúmulo de comics, algunos mejores que otros, pero siempre mejor narrados que la película. Es importante tener en cuenta que todo el tiempo opino que Batman pertenece a los comics, aunque su carga conceptual es evidente que ha excedido los limites de las viñetas ya que, supongo, Batman siempre seguirá siendo el personaje ideal para que cada autor, ya sea de cine, comics, animación o videojuegos, lo utilice para sublimar su propia cosmogonía. Huelga decir entonces que Christopher Nolan tiene una percepción de las cosas digna de cuidado. O sea, ¡estamos hablando de un tipo que cree que el inconsciente es un lugar lleno de edificios para jugar a los vaqueros!


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