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/ lunes, 12 de marzo de 2012 /


Bombas. Bombas, necesitamos Bombas. Así, con mayúsculas. Bombas de percusión, Bombas caseras, Bombas que se metan en los orificios como esporas arrastradas por los pedos de las gordas. Necesitamos Granadas, Bolas Negras con mecheros en un costadito. Cartas-Bomba, Mujeres-Bomba, Gatos-Bomba. Criar un gato durante un año y engordarlo como chancho para navidad únicamente con leche, pólvora y gelatina sin sabor. Prenderle el extremo de la cola y arrojarlo contra las ventanas de las viejas respingonas que a puro fragor menopáusico detestan que vos puedas mear sin que te duela. Tapate los oídos. Usá un paraguas con elefantitos para las esquirlas. Bombas, sí señor. Muchas Bombas. Callate la boca. Hablá. Volvé a callarte. Interrumpí como un espástico. Encerrate en un cuarto sin electricidad durante cuatro días y con una lata de arvejas como único alimento. Ésta es la preparación básica del Unabomber Promedio. El pasado no importa. El futuro es tu pinchila o tu par de tetas cayendo de tu cuerpo y rebotando por las escalinatas en cámara lenta y salpicando a los taxistas. La realidad es una puta regenteada por un chulo absolutamente drogado. Callate la boca. Interrumpí. Hablá. Necesitamos Bombas. Que exploten frente a tus ojos, que te borren esa sonrisa ramplona de foca apaleada. Bombas que anulen tu sentido de la puntualidad, tu ínfula cagorra de reconocimiento y auto-condescendencia. Esta es una buena noche para mezclar purpurina con pólvora y hierro molido y rociar con lo obtenido a los viejos que juegan en el cuartito del fondo del barsucho ancestral mientras miran a la tetona sodomizada por el gran danés. Miralos cómo brillan, cómo empiezan a frotarse. Miralos cómo se incendian volviéndose naranjas. No hay piedad. No hay amor. No hay nada. El fuego es el mensaje.

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