Lo que pasa es que es un mundo triste y maravilloso, me dice Mark Linkous desde un más allá transmutado en bits por segundo y explotando con suavidad directamente hacia mis orejas.
Segundos más tarde, partiendo desde un colchoncito de ruidos blancos, cintas de cassettes que vuelven y repiten lo mismo, samplers que se rompen y que dan forma sin querer a un riff de guitarra quemadísimo, me va a confesar que está cansado de despedidas, que lo único que queda es mantener el fuego bien alto mientras todos, siempre, van a entender mal las cosas.
El muchacho hace dos años (y un día) finalmente se salía con la suya, luego de varias intentonas. Quien durante 15 años fuera el alma y el vestido de Sparklehorse, una de las bandas más extrañas, hermosas y caóticas a la que se puedan tener acceso, se martillaba los calambres por última vez eligiendo irse, tumefacto de pajaritos que duelen y de pianos en llamas.
Sí, bueno, esperá un poco. No seamos tan solemnes. Estamos hablando de otro fiambre más en la larga lista de personas que ya no aguantan un carajo y se pegan un corchazo o se empastillan o se ahorcan con el cable del teléfono. Son personas que cubren un patrón determinado en la música de estos últimos ¿50? ¿60? años. Esta persona en particular hizo él solo una banda y tenía una visión particular acerca de la música, una mezcla entre Tom Waits, Clash y Daniel Johnston. De hecho se dice que era el único que entendió realmente lo que Johnston quería hacer. También se dice que era un muchacho muy simpático, pero que siempre pedía que apagaran todas las luces. Sus migrañas eran gigantescas pero él era el que estaba siempre atrás de las grabaciones de cada disco de Sparklehorse de una manera obsesiva, tocando cada instrumento, arreglando las canciones, haciendo de ingeniero de sonido y añadiendo, sacando, puliendo cada detallecito.
Podía destrozar una canción pop sin ninguna culpa y la sometía a los vericuetos del lo fi. Grababa cualquier cosa del ambiente y la metía entre canción y canción en un frenesí de ciclotimia y bipolaridad, digna de un depresivo matriculado. Formaba parte de esa raza casi extinta de compositores de discos: cada canción aislada significaba una cosa y se resignificaba al escucharla formando parte de un concepto integral. Distorsionaba o filtraba su voz como si fuera un fantasma, cuando de hecho gran parte de su lírica remite directamente al folklore de los espíritus en zanjas, las lechuzas en árboles, las medianoches neblinosas, las monedas puestas a los ojos de los muertos. Sus letras, casi siempre surrealistas y a menudo cargadas de algo de épica redentora, están pobladas de animales de granja: caballos, ponys, vacas, cerdos, perros... Y en cada animal hay una metáfora de la vida campestre que se contrapone con las distorsiones y las cajas de ruido. De vuelta, la bipolaridad. El estar y no estar, el pretender organizar el caos, el querer estar tranquilo en el medio del ruido. Buscar la belleza en las cosas que se caen a pedazos.
Como ocurre con muchas bandas, en Europa se habló mucho de Sparklehorse, y más aún después del episodio ocurrido en Londres, en 1996. Justamente habiendo alcanzado algo relativo a la fama y excediendo las fronteras del indie norteamericano, figura como telonero de Radiohead en la gira de ese año. Y es entonces cuando, viajando hacia Inglaterra listo para tocar, el tipo tiene su primer "intento" aunque ojo, no sé si deberíamos llamarlo definitivamente intento: para una persona de estas características algo como el jet lag puede ser el total justificativo del consumo masivo de antidepresivos, por ende si fue un intento o no quedará en la especulación. Lo cierto es que luego de la sobredosis y las consecuentes 12 semanas internado, las sillas de ruedas y las muletas comenzaron a formar parte de su rutina tanto como una guitarra o un pote de pastillas. Conoce muchos amigos en el medio, claro, pero la fama se le tuerce. De todas formas a Linkous todo eso siempre le chupó un huevo. "Soy el perro que se come su propia torta de cumpleaños", dice en una de sus letras.
Así y todo, con 5 discos y varios EPs, Sparklehorse aún hoy es relativamente desconocida, siendo sinceros, y la muerte de Linkous no hizo que llovieran homenajes, discos especiales o megatributos (exceptuando el muy bonito disco francés llamado I Wish I Had A Horse’s Head, con 19 bandas indies francesas haciendo 19 covers). Y está bien, no importa eso, ¿por qué habría de demandar algo así?. No importa que detrás suyo músicos como Iggy Pop, PJ Harvey, Black Francis. Nina Person, Wayne Coyne o Julian Casablancas hayan estado en sus canciones. No importa que David Lynch fuera su amigo y fotografiara cosas exclusivamente para él. No importa nada.
Hoy por hoy nos quedan sus canciones. Simplemente como una muestra para recomendar esta banda voy a elegir una del montón, que me parece que resume apenas un poco tanto su propuesta estética como su contenido lírico. La versión "oficial" de Happy Man, aparecida en su disco Vivadixiesubmarinetransmissionplot, está atravesada por capas de frecuencias de radio y es una canción que aparece como un fantasma dentro de otra canción, quizá de cuna, quizá para relajar caballos enfermos. Pero luego aparece su grabación original en el EP Distorted Ghost y es, ni más ni menos, que un himno de una persona que demanda a gritos un poco de felicidad.
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