you fucking people make me sick
Caminando por el barrio con mi nuevo amigo Shitface buscando un kiosco que nos vendiera algunas cervezas a las 2 de la mañana de un día de semana, descubrimos que esta ciudad apesta y que ya nada tiene sentido en este lugar. Ya veníamos un poco tullidos a porronazos, por lo que nuestras retinas sólo alcanzaban a distinguir las lucecitas rojas de los taxis deslizandose cual moto de Kaneda en el horizonte, además de alguna que otra cara arrugada asomándose por la ventana y mostrándonos pequeños segundos de desolación. Lo demás era un cóctel neuronal de insípidos movimientos que revoloteaban alrededor de nuestros pasos. Shitface refunfuñaba por lo bajo: el hambre le estaba carcomiendo las tripas desde hacía varias horas y sabía que los galones de cebada provocándole un pequeño océano amarillo dentro de su estómago vacío sólo harían aumentar su bífida repleta de monos de culo rojo y sin vacunar dispuestos a masacrar cualquier niño inocente. Yo ya estaba advertido.
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Un comic: Doghead, de Al Columbia. Es un comic viejo, del año '92, de cuando nuestro psicótico preferido aún era ayudante de Bill Sienkiewicz, de cuando imitaba a Dave McKean, de cuando aún no había prendido fuego los originales de Big Numbers y, obviamente, de cuando aún no se había puesto a dibujar The Biological Show (mucho tiempo después de las drogas, las putas y las limusinas que pagó con lo que le pagó Alan Moore). Acá igualmente podemos leer sus manías preferidas: el vouyerismo perverso-paranoico, los ambientes retro absolutamente asfixiantes, la ida de olla en las tramas, la poesía surrealista y los bichitos llenos de dientes mascando los estómagos de los niños, condensadas en historias cortas tan sórdidas como confusas y hasta melancólicas, ya que acá no se tomaba todo tan a la chacota como en The Biologial Show. Es clarísima la referencia a Sienkiewicz, es hasta un plagio. Aún no había roto su estilo y ni siquiera se había acercado a la estética de dibujito animado de los '20 que más tarde desarrollaría y en la que recaería por largo tiempo para darnos una visión aún más retorcida de la realidad. De todas formas el germen está ahí, diciéndonos que el mundo es un lugar decadente y tumefacto del cual sólo podremos obtener más perversión y soledad en cada puertita malcerrada en la que apenas podremos ver una fracción del infierno, fracción suficiente para quedar definitivamente pelotudos.
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Déjenme decirles una cosa acerca de Shitface: si el odio fuera medible y cuantificable en un paquete de Celusal, mi amigo sería la salina santiagueña. Este tipo venido de la nada con toda su mugre y esperpento únicamente desarrollado para sentir aversión a todo lo conocido nos ha hecho preguntar a Tadeo y a mí el verdadero significado de nuestras existencias. Difícilmente a Shitface pueda gustarle algo, en el sentido que a mí me pueden gustar las milanesas o una mujer de buenas tetas. Con razón o sin ella, nuestro nuevo inquilino debe estar poseído por algún dios de la degradación o la entropía, cosa que a veces es de agradecer. Me ha preguntado si no podía colaborar para este blog y yo he accedido, así que pronto lo tendremos por acá con sus desvaríos. Dios salve a la reina.
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Una película: Gonzo: The life and work of Dr. Hunter S. Thompson, de Alex Gibney. Y sí, es como un chiste fácil, ¿verdad? Cualquiera que sea paranoico y considere que la vida apesta, tarde o temprano termina descubriendo a H. Thompson. Más allá del documental en sí, que recomiendo mucho a pesar de algunos vaivenes narrativos que apeniiitas flojean el resultado final, me detengo en la subjetividad total: deberían hacer una segunda parte que se llame The life and work of Fuckin' God Ralph Steadman. El amigo dibujante de Hunter realmente es la joya que reluce y hasta opaca de a ratos la figura del creador del gonzoperiodismo. Es un puto festival pa'l ojo detenerse a ver sus cosas, sus percepciones, su forma de laburar. Es más, los extras incluyen una amplia galería de su laburo, cosa que estoy consultando a cada rato y me está haciendo reconciliar con el arte automático. Yo siempre tuve a Luis Scafatti como una de mis influencias a seguir a la hora de laburar pero Scafatti, debemos reconocer, le roba bastante a Steadman en su visceralidad, en su percepción de la suciedad convertida en lo sublime, en el caos cotidiano devenido en pura antropología surrealista, en su empeño por demostrarnos que efectivamente lo que nos rodea definitivamente apesta pero que de cada detalle hediondo podemos extraer ciertas fracciones de belleza. Gracias Franco por el regalo!
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Tadeo, mientras, nos esperaba en casa totalmente sediento y pateando a mis gatos con total desparpajo, tratando de estudiar sus hábitos. Se presta por estos días a desarrollar una teoría conspirativa consistente en dilucidar cámaras de vigilancia en los parásitos de los gatos, por eso esa noche prefirió quedarse a esperar que mis mascotas cagaran en sus piedras para hurgar algún chip o dispositivo entre los gusanitos blancos. Lo peor de todo es que está totalmente seguro en que esa conspiración es efectiva y por eso patea a los bichos diciendoles a cada puntapié "¡maldita KGB!¡Si por lo menos me mandaras la colorada espía ésa que está más buena que cagar con la puerta abierta vaya y pase, pero lo único que tengo son clones de Gaturros apisonados por Lucifer!"
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Un disco: My father will guide me up a rope to the sky, de Swans. Y acá tenemos la razón del porqué del título de este post. Le podría decir a Tadeo que escriba algo recomendando hasta el cansancio este disco, de todas maneras aquellos que sigan este blog van a seguir mi consejo y van a conseguir las 8 canciones que componen un regreso que nadie podría decir que era muy esperado. Aunque no importa realmente eso, a esta altura. Michael Gira juntó a la mayoría de los chabones que desde 1982 estuvieron partiéndole la cabeza a la gente y les dijo, en plan Lost, "tenemos que volver!!". Y vaya manera de hacerlo, mecagüencristo. Volvió partiendo cabezas, machacando gente, escupiendo sobre las tumbas. Esto es a lo que yo llamaría algo así como la sordidez total del post-rock o el costado infernal y mala leche del folk. Baterías marciales que despegan gritos de fondo, violines desbaratados y enloquecidos entrando en turbas desenfrenadas de guitarras acústicas conducidas por los cuatro jinetes de un apocalipsis que ya mismo está ocurriendo. Ya con sólo escuchar ese significado de la putrefacción simbolizado en la primera canción, No words/no thoughts, pasando por You fucking people make me sick (deudora del mejor Current 93, por qué no, y con Devendra Banhart metiendo alguna que otra vocecilla) y cerrando con Little mouth, se puede llegar a tener una idea aproximada de los estados cognoscitivos adecuados para interpretar esta realidad de mierda.
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Pues bien, les decía al principio acerca de la terrible verdad que nos enfrentamos Shitface y yo: esta ciudad definitivamente es un agujero insano y apestoso. Fue la percepción de una estrella única y efímera pero al mismo tiempo duradera y relampagueante. El rayo rosa de Phil Dick, por qué no: ni lo suficientemente cierto como para montarnos todos en la misma ni lo suficientemente irreal como para descartarla de plano. Shitface está totalmente dispuesto a decirles por qué Córdoba Capital es una jaula de chanchos drogados: yo mientras tanto me reservo la opinión porque o soy masoca o soy tarado, pero hasta que no tenga ganas enquistadas de prenderla fuego mientras todos duermen acá me quedo yo, hurgando entre la mierda como mi amigo Tadeo pero en una mierda no conformada por desechos orgánicos (o mejor dicho, no sólo conformada por eso) sino configurada por parades mal rebocadas, kioscos pijoteros y demasiados avisos de toallas femeninas. Y cámaras de vigilancia, obviamente.
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